21 de abril de 2017
Tren a Varanasi / Varanasi
La verdad, pude dormir muy bien.
Mi asiento se convierte en litera, te dan una sábana y una almohadilla y es lo
que llaman segunda clase con aire acondicionado (AC2). Lo que me gusta es que
ya armada la litera queda a la altura de la ventana y en lo que estás
recostado, ves pasar la India tal como es. Mi equipaje de mano (lo único que
llevo de equipaje) lo puse entre mi cuerpo y la ventana y el zurrón me sirvió
de almohada un poco más elevada y encima puse la almohadilla. No se ve nueva,
pero al menos parece limpia. Y como una película, pasa la India por la ventana:
cerros verdes, platanares, villorrios, el trópico de alguna manera es similar
en todos lados (bueno en esta parte del estado de Uttar Pradesh). Más villorrios,
gente parada en sus bicicletas y motos esperando que pase el tren, y parece
costumbre, que algunos se alejan de la muchedumbre y aprovechan para orinar.
Corro la cortinilla que me separa del pasillo y veo gente conversando, una niña
se me acerca, en lo que la familia de enfrente sonríe hacia mí, le hago alguna
cara graciosa en lo que le digo “¡holaaaaaaaaa!” y pasa un vendedor con
bolsitas de botanas y golosinas. Diría que todos calzan sandalias y tienen la
costumbre de quitárselas mientras están sentados.
Decido ir al baño a la micción
matutina. Salgo del aire acondicionado y el baño está en donde se conectan los
vagones. Bueno, los baños. El de la derecha dice “Western bathroom”. Entro y me
encuentro un retrete sin fondo que da directamente a las vías del tren que ves
pasar como si fueran los cuadros de una película de carrete. No está limpio
pero tampoco era espantoso. En un rincón hay un balde con agua y encadenado a
él hay un pocillo, para cuando termines, eches agua a las paredes del retrete.
Me pregunto cómo será el otro baño “No Western”.
Regreso a mi litera y le
reconvierto en asiento. Todavía faltan unas horas para llegar a Varanasi, su
nombre indio, aunque en español es Benarés. Es una de las ciudades sagradas más
relevantes del mundo, en específico para el hinduismo, el jainismo y el
budismo. Y una de las más antiguas, de las que desde que se fundaron, han estado pobladas y presentes en la historia de la Humanidad. Dicen que quien muere en Varanasi directamente entra al cielo hindú.
Es por eso que no solamente viajan para bañarse en sus ghats, esas grandes
escalinatas que descienden al río,
sino que hay alojamientos para quienes están en etapa terminal y desean
morir en la ciudad.
Ya van a dar las 2 de la tarde y
después de 17 horas de tren llego a la estación Varanasi Junction. Hay un calor
igualito que en Mérida, y el sol está a rajatabla. Bajo y empiezo a mirar entre
el tumulto de gente por la persona de la agencia con quien debo contactar.
Después de 5 minutos y estar quedándome solo en el andén sin techo, decido
caminar hacia la parte con techumbre que está a unos cincuenta metros. No
diviso a nadie. ¡Madre mía! ¿y ahora qué hago? Claro, con 3, 4 horas de atraso,
quién sabe si me esperarán o no. Tengo el nombre del hotel, pero no la
dirección. En eso veo un espacio para sentarme, en una especie de poyo circular
y me llama la atención que entre tanta gente esté desocupado y solamente veo
una persona del otro lado, un poco recostada. Al acercarme sale un mosquerío y
noto a un hombre algo mayor con retazos de tela en algunas partes
descubiertas de su cuerpo. Retrocedo por la sorpresa y decido regresar hacia la
parte del andén en donde había descendido. De nuevo ahí, en eso escucho mi
nombre. Un hombre más o menos de mi estatura algo rollizo es mi contacto en
Varanasi. Salimos de la estación y me lleva al hotel.
Me da tiempo para bañarme, comer
y descansar un poco. A las cinco me pasa a buscar un simpático guía. Salimos
del hotel y nos subimos a un rickshaw, un bicitaxi para dos personas jalado a
pedal a pelo. Nos metemos al impresionante tráfico de la ciudad, entre autos,
autobuses, motos, bicicletas y más bicitaxis. El pedalista habrá conducido unos
20, 25 minutos ¡y con este calor! Me entra una especie de grima, de sensación molesta de intranquilidad,
causada por la situación que me parece inhumana, mezclada con estar una ciudad
tan caótica y a la vez tan seductora. Nos bajamos a unas cuadras de los ghats y
seguimos caminando en lo que el guía me explica mil y una cosas interesantes de
la religión hindú. Mientras más nos acercamos al Ganges va habiendo más gente.
Llegamos al ghat Manikarnika, en donde se levantan las piras funerarias y me
sorprende notar que los tagetes, lo que en México llamamos cempasúchil, son aquí también flores para los muertos. A las plataformas junto al río llegan los
cuerpos de los difuntos, cargados a hombros por cuatro hombres, envueltos en tela naranja y cubiertos de tiras de
flores de cempasúchil. Ahí el cuerpo es metido entre vigas y leños y se le
quema, para después con una especie de trapeador, arrojar las cenizas al río
sagrado. El viento no estaba en mi contra, por lo que no percibí tanto el olor a carne quemada. Dependiendo de las posibilidades económicas, es la calidad de la madera en la que arderá el cuerpo. Aunque me habían prevenido que no se podían tomar fotos,
definitivamente no lo hubiera hecho. Desde el bicitaxi me fui percatando que a
pesar del ruido, el gentío, las construcciones que no eran las más bonitas que
había visto, el calor, la calima, percibías que estabas en un ambiente, para mí,
sobrenatural.
Fuímos a la orilla del río al
ghat Dashashwamedh, el más famoso de Varanasi, donde se dice que el dios Brahma
lo creó para recibir a Shiva. Vuelvo a insistir que abril es un mes genial para
un turista de tierra caliente. Hay calor igual que en la patria chica, pero la
cantidad de turismo es bajo y en realidad, como en esta caso, uno está rodeado
de la gente del lugar que va a realizar sus actividades religiosas y
cotidianas. Descienden las escalinatas y mientras rezan, ponen a flotar
veladoras en bases que me parecen de cartón muy grueso o fondos de lata recortadas. Nos
sentamos en una plataforma pegada a las escalinatas y observo con detenimiento
a la gente pasar. Se toman fotos, alguno alguna selfie, se suben a las barcas, los saris de las mujeres son maravillosos, de colores y aplicaciones con
brillos, Nos quedamos ahí, ya que en una media hora comenzará el ritual Arti, un
ritual religioso hindú, realizado principalmente con fuego, donde se le da
culto a los dioses y al río. Los colores, el olor a incienso, la música con
campanillas y cantos, la coreografía de los jóvenes que la realizan, que
solamente pueden ser brahmanes, la casta más alta de la India, y el contexto
espiritual del momento es tal, que no puedo más que reflexionar sobre la
trascendencia, sobre la otra o las otras vidas, las creencias, la dimensión del
misticismo en nuestras vidas y, como me ha pasado con el Islamismo, renovar ese
idea, no recuerdo de quién, que dice que “viajar es descubrir que todos están
equivocados acerca de otros países”.
Ya de noche caminar la vuelta.
Otra vez con el bicitaxi, otra vez un poco de grima, y ahora sin calima pero
con las luces de la ciudad y de los vehículos, regresamos al hotel. Ceno y caigo
en la cuenta que en estos días para nada me he enfermado del estómago o de alguna otra cosa. Hoy no he tomado casi nada de fotos, como que he estado en otro
contexto. Me baño y antes de caer rendido hago un recuento de estos días. He
ido de la India que esperaba, la de los palacios y maharajás, elefantes,
mausoleos de mármol, edificaciones grandiosas, gastronomía deliciosa, hacia
también la India pura y dura, en momentos sórdida y apabullante, espiritual y
material. Todavía falta Nueva Delhi, pero siento que ha sido excelente, a estar
a dos días de terminar este fantástico recorrido, el culminar con uno de los
lugares más sublimes de la India y de la Tierra. Tan sagrado como Jerusalén, La
Meca o Roma. Y aunque no es la ciudad más bonita que me ha tocado conocer, el
aire no es el mismo que en las otras. Es el aire que sale de una puerta que
conecta la Tierra con el Cielo.
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