Aventuras geográficas (9) El país más extraordinario que el sol visita en sus rondas (11/15)


















20 de abril de 2017
Agra-Tren a Varanasi

Me levanté tempranísimo. Es que no puedo salir sin echarme un regaderazo, sea la hora que sea, y es que hoy pasan por mí a las 6 para la visita al Taj Mahal. La calle del hotel da directo a la entrada oeste del complejo del Taj Mahal, calculo que como a unas 5 cuadras. Pero en realidad vamos en sentido contrario de la calle hacia lo que viene a ser un centro de turismo, donde el guía me da mi boleto de entrada y te subes en un carrito eléctrico como para unas 6, 8 personas y regresamos por la calle, pasamos frente a mi hotel y llegamos a la entrada oeste. Vuelvo a comprobar que es una maravilla viajar en esta época. En temporada alta, dicen que se hacen largas filas, y ahora pasamos sin detenernos en nada.

Primero entras como a un gran patio con construcciones a los cuatro lados, sobresaliendo la de la derecha, un recinto cerrado pero de paso, y es cuando te enfilas para entrar que a lo lejos se enmarca increíblemente el Taj Mahal. La proporción digamos del hueco de la puerta, es genial en relación con el mausoleo de mármol blanco de Makrana. Esa imagen ya la conocía desde niño, cuando hice un gran dibujo idéntico sacado de un libro de la biblioteca de mis abuelos maternos, que se llamaba como este apartado "Aventuras Geográficas", que trataba sobre un niño que junto a su tío viajaba en un barco alrededor del mundo. Y ahora, a las 6:20 de la mañana aquí estaba, después de más de 40 años.

El Taj Mahal, edificado de 1631 a 1654, no es grande, es enoooooorme. No habían dado ni las 7 y el sol salía límpido sobre un fondo azul. La luz brillaba inmaculada sobre el mármol y el edificio se reflejaba como un gran cisne blanco en el canal principal. La planta del jardín representa el paraíso islámico. Como todos sabemos el Taj Mahal es el mausoleo que mandó a construir Shah Jahan para su amada Mumtaz Mahal, por lo tanto es símbolo del amor eterno. Pero la frase más evocadora es la de Rabindranath Tagore, el poeta de la India, quien dijo que era "una lágrima de mármol en la mejilla del tiempo". Bajo la gran cúpula hay dos cenotafios, uno más grande que otro, pero en realidad los amantes no están ahí, sino en otro espacio exactamente debajo.

Me pasé dos horas caminando alrededor del edificio, por los jardines, la mezquita que está en el costado oeste, por la parte trasera que da al río Yamuna, afluente del Ganges, del otro lado está el Mehtab Bagh o jardín de la luz de la luna y hacia la izquierda, siempre hacia el oeste se ve a lo lejos el fuerte rojo. Un flamboyán florecía como una flama y me recordaba que igual estarían a punto en Mérida. Sobra decir que el tiempo pasó como el agua del Yamuna, o que se detuvo para luego proseguir ya dos horas después.

Me regresaron caminando, para tomar el desayuno. Luego a las 10 ya estábamos en el fuerte rojo, construido por Akbar de la dinastía mogol, abuelo de Shah Jahan. Es un fuerte en arenisca roja cuyo interior es palaciego. Aquí estuvo el famoso trono del pavo real, símbolo del poder mogol. Pero lo más conmovedor es que Aurangzeb, hijo de Shah Jahan, cuando se coronó emperador, encerró a su padre en este fuerte, desde el cual, como un botón de loto, se ve a lo lejos el Taj Mahal. ¡Qué suspiros y miradas tiraría  a lontananza!

Después de comer en el hotel y una brevísima siesta, pasaron por mí con todo y maleta de mano. Otro de los lugares que pedí a la agencia para visitar, que no es raro, pero tan poco frecuente, era ir a lo que se llama "el pequeño Taj" o Itimad-Ud-Daulah, construido del 1622 a 1628, esto es antes del Taj Mahal, por una esposa de Jahangir, padre de Shah Jahan, para conmemorar la memoria de su padre (de la esposa). Tiene muchísima gracia y a diferencia de su hermano mayor, el cual te saca del contexto de estar dentro de la ciudad, en este de menor envergadura, es como sentir que entras a un jardín muy próximo al bullicio de la ciudad. Igual queda a la orilla del río, pero en lugar de tener una vista bucólica, ves el movimiento de autos y gente. Tiene muchísimo encanto, y de nuevo, los jazmines plenos de flores. Luego fuimos a dar otra mirada al Taj Mahal pero desde el Mehtab Bagh o jardín de la luz de la luna, al otro lado del Yamuna. El jardín lo estaban recuperando y tiene una vista encantadora. Ahí le dije "hasta la vista".

A las siete de la tarde estábamos en la estación de trenes de Agra. Ahí acababa la gran vuelta que había dado con Lashkam y su pequeño coche blanco, desde Udaipur hasta Agra, durante siete días. Creo que a ambos nos embargaba el sentimiento de la despedida, después de compartir tantos kilómetros, pláticas, puntos de vista, de compartir una semana de nuestras vidas, yo viendo y escuchando a la India a través de sus ojos. La estación estaba repleta, el tren a Varanasi no saldría a tiempo, demorado unas dos horas. Nos sentamos en el piso, como tantos otros pasajeros en espera, y algunos hasta acostados sobre toallas, uno por ahí durmiendo y seguimos platicando de muchas cosas. En un momento se oyó un leve alarido acompañado del sonido de una descarga eléctrica. Un mono se había electrocutado. A unas baldosas de donde estábamos, entre sus grietas, apareció una cucaracha. Ya por fin, saldría el tren. Lashkman me acompañó al vagón. Era una segunda clase con aire acondicionado, con literas para cuatro personas de un lado y para una del otro lado del pasillo, que era donde me tocaba, con solamente una cortina como única separación del pasillo. Ahí pasaría más de 13 horas. Lashkam se despidió, le entregué un sobre y nos dimos un afectuoso abrazo. Confirmé su cuerpo magro, enjuto, que no alcanzó un favorable desarrollo, de una niñez desnutrida, sufrida y dura. Recordé a Vicente Ferrer.

El asiento se convertía en cama. Extendí la ropa de cama, mientras escuchaba la lengua india, en la animada plática de los pasajeros del otro lado del pasillo, que me sonreían  de vez cuando. Estaba muerto de cansancio. El aire acondicionado funcionaba bien, puse mi equipaje de mano como almohada y poco a poco fui cayendo en el sueño, no sin antes ver por la ventana como pasaba la vida, y pensaba como poco a poco fui entrando en la India pura y dura, desde la idílica Udaipur hasta esa vista al otro lado de la orilla del pequeño Taj. No dejaba de maravillarme, que un poquito menos que el Taj Mahal, hay decenas de espléndidas obras en este país. Claro, hay todo tipo de gente en todos lados pero la gente buena me ha parecido de un corazón dulce, amable, diría que con cierta candidez, a pesar de lo dura que se presenta la vida en un país tan inmenso con más de 1,300 millones de habitantes, algo así como diez veces México. Y pensaba las cosas tan similares con México, en términos de pobreza, riqueza, oportunidades, y tantas más cosas. Uno no puede viajar sin tener en cuenta todo lo que implica un país. Lo que admiras y lo que duele, lo que te enriquece y lo que te interpela. India no es para todos, pero puede serlo.

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