El país más extraordinario que el sol visita en sus rondas
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17 de abril 2017
Jaisalmer-Bikaner
Bikaner no estaba en la lista de los lugares que había
seleccionado para el viaje. En realidad la tirada era de Jaisalmer ir a Jodhpur
(que en los primeros diseños solamente sería de paso entre Udaipur y Jaisalmer
y luego al regreso ya pernoctar en Jodhpur) y después jalar de Jodhpur a
Jaipur. O igual jalar de Jaisalmer a Jaipur directo. Pero en todos los casos
eran entre 10 y 12 horas de viaje en una tirada y era algo cansado y se perdía
un día. Así es que a fuerzas, si se iba a utilizar un día, qué mejor que
pernoctar en Bikaner como me lo había sugerido Nari, el de la agencia de
viajes. ¡Y fue una memorable experiencia!
Salimos
muy temprano de Jaisalmer, como a las 7 de la mañana. Hacia las 10 y media
paramos en una pequeña ciudad, que ahora no recuerdo si era Phalodi, para tomar
algo. Lashkman, quien ya se había percatado que todo me llamaba la atención, me
llevó a un templo moderno y de arquitectura común, de uno de tantos dioses de la
India. Me resultaba interesante ver que pasabas de un patio a otro y que para
época de mucha devoción y asistencia de fieles, había tubos para hacer filas,
como en los estadios. Igual para entrar había que quitarse los botines, los
únicos que llevaba en el viaje, además de mis chancletas duramil, pero no me
preocupaba si se perdían, ya que estábamos frente a un mercado, casi igual a
cualquier tianguis mexicano, solamente que había que esquivar la vaca a la mitad de
la calle.
Proseguimos
y llegamos a Bikaner como a las 2 de la tarde. Directo nos fuimos al fuerte
Junagarh de Bikaner. Es que Rajastán es la tierra de los fuertes-palacios y están declarados Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. El maharajá de
Bikaner Ganga Sing (1880-1943) fue un personaje muy influyente durante el
dominio inglés en la India. Influyente, importante y respetado. Realizó muchas
mejoras públicas y participó en Inglaterra en el gabinete imperial de guerra
durante la Primera Guerra Mundial. Su fuerte-palacio resultó ser tan
maravilloso como los de Udaipur y Jodhpur. Si en Udaipur era la piedra clara y
en Jaisalmer la dorada, en Bikaner era una piedra rosa. Lo curioso es que tanto
este palacio como el de Jodpur y el de Jaipur fueron diseñados por arquitectos
ingleses. El salón del trono más bonito de los que había visto hasta ese
momento, era el de Bikaner. Hasta diría que tanto la edificación como los
interiores se veían mejor conservados. Convertido en un gran museo hay hasta un
aeroplano bajo techo, ya que Ganga Sing era aficionado a la aviación. Un
detalle que me gustó mucho, de esas cosas que se te quedan, fueron unas
cortinas hechas de puro palito de madera, muy delgadito. Dejaban pasar la luz
sin ser molesta y uno podía ver a través de ella, pero además se dice que o
eran de sándalo o se impregnaba de aceites perfumados, de tal forma que con el
aire y el calor, aromatizaban el ambiente. Aquí ya no vive la familia real,
sino que desde mediados del siglo se pasaron a otro, el Lalgarh, a orillas de
la ciudad. Antes de comer fuimos a ver un rancho de camellos, una especia de
centro de investigación sobre camélidos.
Ya
sería como las 5 de la tarde y le dije a Lashkman que quería ir a Deshnoke, al
templo de Karni Mata. Él estaba encantado, ya que era devoto de esta diosa y en el
coche sobre los instrumentos de manejo tenía una imagen y hasta en su celular,
como me mostró en ese momento. Deshnoke está pegado a Bikaner y es famoso por
su templo de las ratas. Llegamos, dejé mi calzado. Podía entrar con
calcetines, pero me dije, que si era la única vez que haría, sería a pie
desnudo. Debo admitir que entré muy valiente, pero al ver los cientos de ratas
corriendo por el lugar, me empezó a entrar un cierto yuyu, grima,
intranquilidad. Pero me duró unos pocos segundos. Uno solamente observa y reflexiona sobre lo que son las
creencias, la espiritualidad y sin hacer juicios de valor. Tras pasar un patio
entras a un espacio en donde en medio hay otra vez de esos tubos para señalar
una fila, que termina en otro pequeño cuarto o cubículo con puertas de plata, obsequio de Ganga Singh, donde hay una persona
que recibe las ofrendas de la gente. Está sentado junto a un
recipiente metálico, donde hay comida y leche. Y ahí están
comiendo a gusto los roedores. Bueno de hecho desde el patio, por los pasillos,
por todos lados están corriendo los animalitos. El ambiente huele a leche. Se
dice que es de buena suerte que te toque ver una rata blanca. No tuve esa
suerte. Después de un rato salí, me lavé los pies con agua de la botella que llevaba,
me sequé con la parte superior del calcetín y me calcé. Una experiencia
emocionante y diría que hasta conmovedora.
Viajar
por India es estar en una explosión de sensaciones. Los sentidos al cien por
ciento y el día no terminaba aún. Regresamos a Bikaner y la agencia había
dispuesto un paseo por tuk-tuk. Lashkman me dejó con el conductor del tuk-tuk y
éste me metió a la parte antigua de la ciudad. Hay una parte de havelis, esas
mansiones de comerciantes y gente relevante de la ciudad, y fue una grata
sorpresa. Me llevó a uno, ahora convertido en hotel de gran turismo y tenía
unas salas espléndidas, recuerdo sus lámparas de Murano y unos arbotantes en
forma de pavo real, que era una maravilla. Luego pasamos por el mercado viejo,
y en un momento le dije que se detuviera, había un puesto de mangos y me bajé a
comprar. Hay un mango indio que se llama Alphonso y dicen que es de los más
exquisitos. Los mangos indios son más dulces que los del tipo filipino, que son
los que consumimos en México. Y hay muchísimas variedades solamente en India.
Otra vez, de las cosas que no olvidas. El tipo de mango que compré era Safeda.
Proseguimos por el mercado y salimos por la gran puerta. Ya se había ido el sol
y era esa hora entre tarde y noche que se llama hora azul. El ruido del motor
del tuk-tuk, si, así, tuk-tuk-tuk-tuk-… se perdía entre el bullicio de más
motos, gente, que en India todo es tumultuoso en el centro de las ciudades. Nos
fuimos alejando y los sonidos fueron mitigándose, mientras nos orillábamos de
la ciudad. Fue sensacional, las luces del tuk-tuk- por un camino que llegaba a
un gran muro en donde un guardia nos detuvo. El conductor le dijo y nos permitió
pasar. Un enorme jardín remataba en un palacio. Era Lalgarh, la residencia del
maharajá de Bikaner, quien vive una parte y la otra es un hotel. La agencia
supo hacer una muy bien balanceada selección de hoteles con mi low-budget.
Bordeamos alrededor del jardín del tamaño de una cancha de estadio de fútbol y
me dejó en la entrada. La recepción era un amable salón recubierto de madera de
piso a techo. Luego salías a un gran patio y los espacios comunes eran de
elegancia palaciega. Los cuartos eran más simples, con pisos de pasta, como las
de las casas antiguas de Mérida y los muebles no eran de lujo, pero estaban
bien. Me bañé, tomé mi mango Safeda y bajé a cenar. El sabor de la fruta me supo
a gloria y por un momento disfruté la idea de ser un maharajá.
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