Aventuras geográficas (3)... Estambul, alhaja del mar.




Hay ciudades de las cuales uno tiene muchas expectativas y las cumple cuando las conocemos (París); otras que no guardamos expectativa alguna y nos sorprenden (Río de Janeiro) y otras que tenemos expectativas, que resulta que no son lo que esperábamos pero que al paso de las días nos damos cuenta que nos terminan de envolver, para al final reconocer que nos han conquistado. Así es Estambul para mi.


Turquía me la imaginaba como un lugar exótico, con olor a especias, colorida, y de hecho lo es, pero Estambul tiene un fuerte ambiente occidental. Me la figuraba como El Cairo donde mucha gente aún viste los trajes tradicionales, mientras que aquí se visten a la europea. Además de que como Roma, está llena de gatos callejeros. Pero sabemos que estamos en Turquía con solamente ver los perfiles de las cúpulas de las mezquitas y los minaretes recortados sobre el cielo. Es cuando uno empieza a internarse en la cultura turca, en sus edificios, bazares, comida, hammames (los famosos baños turcos), costumbres, etc, que la ciudad se revela poco a poco y después de unos días sientes que la ciudad ha tomado su lugar en la lista de los lugares a los que uno regresaría siempre.


Nada como el atardecer desde la Torre Gálata. Estambul empieza a entrar en esa "hora azul" (lapso entre la tarde y la noche) que la sumerje en tonos grises y zarcos y poco a poco se empieza a iluminar, como si fuera una sirena que sale del Mar de Mármara o del Bósforo y viene a esa lengua de agua que es el Cuerno de Oro (la parte vieja de la ciudad es una península) y empieza a ponerse las joyas de los antiguos gobernantes otomanos. Ahora se ha iluminado la mezquita azul, ahora la de Solimán... y una lágrima aflora y se detiene entre la nariz y el lagrimal, para darse tiempo de secarse, no sin antes recordarle a los ojos, el brillo de la gran esmeralda de la daga del Salón del Tesoro del palacio Topkapi, que por último, acaba de iluminarse en esta gran ciudad. La misma daga que vi en un fascículo semanal sobre historia que mi abuelo nos regalaba, cuando éramos niños, y que luego al terminar la colección, se los devolvíamos y nos los regresaba empastados en una bonita cubierta roja.
Desde Estambul y hacia el cielo, gracias abuelito por hacer que el mundo llegase a mi cuarto cada martes...

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