Aventuras geográficas (5) ... la Ciudad Maravillosa o non-stop flight to early 70's

Foto de Augusto Malta (1864-1957)
La mejor manera de echar una mirada al Rio Antigo

Hay ciudades a las que uno desearía regresar una y otra vez... claro, si uno pudiera tener el presupuesto para hacerlo. De Río de Janiero no puedo hablar sin emocionarme y perder la objetividad. Es que envuelve tantas cosas de mi imaginación y vivencias. No en balde se le llama La cidade maravilhosa.

Cuando niño, mi madre ponía aquél disco de Bossa Lafayette, que en un órgano Hammond tocaba los grandes éxitos del Bossa Nova y quedé impregnado del ambiente de esa época, de ese sonido particular, de esa estética, a pesar de tener escasos, escasísimos años entonces :-). Esa música me recuerda a mi mamá dándose los últimos toques antes de salir, frente al espejo de la sala, con su vestido estampado blanco y negro de margaritas grandes y calzando tacones blancos con punta negra, voltéandose hacia mi y preguntando ¿qué tal me veo? y antes de que yo respondiera, ella dando tres giros y la falda de línea A girando y ella riendo. Me recuerda tantas cosas: mi mamá con sus gafas de pasta (tipo Jackie Kennedy), mis papás bailando La chica de Ipanema, el anuncio de Pan Am (¿recuerdan esa aerolínea?) en el National Geographic que no mostraba de Río más que las aceras de ondas negras y blancas que son las de la playa de Copacabana (Ipanema igual tiene pero son un diseño geométrico) y claro el recorte del Selecciones de Readers' Digest que me regaló un amigo de mis papás cuando supo mi afición a los minerales y en donde hablaban de un alemán que había ido a Brasil a poner a la misma altura de los diamantes, zafiros, rubíes y esmeraldas a las aguamarinas, turmalinas, topacios y granates. Y es que lo primero que supe de Brasil fue acerca de sus minerales en aquella colección de piedras que me trajo Doña Nelly del Brasil.


Por eso cuando uno viaja, no solamente lo hace en el espacio, sino en el tiempo. Y cuando uno lo ve con sus propios ojos, es como si se encontrara con un espacio y momento ya sentidos, como con viejos conocidos. Como cuando en el trenecito que va al Corcovado uno se pone a escuchar en el discman (ufff, no he llegado al Ipod) las piezas grabadas para la ocasión. Si, me sentía en casa y deseaba a todos en ese momento conmigo, en especial a mis papás. Y es que es un seguir viajando cuando uno está de nuevo en casa y recuerda las palmeras de tronco rojo de la entrada del Jardim Botanico que posee la mejor exposicion de orquídeas que haya visto, las fuertes olas de Copacabana bajo la mirada lejana del Cristo Redentor, los mármoles verdes (si, ¡¡¡¡ verdes!!!!) de la escalera del Teatro Municipal, la visita que no podía faltar a las oficinas centrales de la empresa de aquél alemán (que no es por snobismo, es por poder seguir viéndo las cosas como niño y que me sigan maravillando, independientemente del valor que ahora como adulto uno sabe que poseen). Y como un mago puedo recrear un pedazo del sol de Brasil, la voluptuosidad de su selva y playas junto con pedazos de historias de infancia, de familia y de cariños con mirar lo que llevo en un dedo de la mano derecha.

Aquí va mejor el dicho de que "más vale una imagen que mil palabras". Y con esta música, ¡mejor! que dan ganas de hacer las maletas y partir a este fantástico lugar. Alguien dijo que la ciudad no había podido conquistar a la naturaleza.
A mi papá le hubiese encantado Río...

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